domingo, 15 de febrero de 2009

El patrón de su voz


Quisiera no tener certeza, equivocarme en las suposiciones. Quisiera pensar que es ridículo relacionar el patrón de su voz con la desaprobación. Me digo en continuas horas de forzada reflexión que es paranoico pensarlo. Quisiera no fijarme en las pausas, en las palabras forzadas, en los gestos de la boca o en el movimiento exacto de los ojos antes y después de la frase. Quisiera no haberlos observado durante tantas horas, no haberlos analizado tantos años para no adelantarme a sus pensamientos.

Esta cultura debe ser la única que logra hacer esto; los acuerdos tácitos de silencio, las buenas costumbres, el decoro para hablar. Las miradas ocultas y las bajas palabras que nunca se pronuncian, la estúpida buena forma del comportamiento, la decencia y esa actividad decadente y de las más bajas intenciones y consecuencias: la prudencia. Debemos ser los únicos que lloramos sin lágrimas, que ocultamos todo porque los buenos modales “se maman”. Sin lugar a dudas, somos un caso excepcional que tiende a la auto-compasión y el masoquismo tanto como la vida tiende al caos.

Nuestro comportamiento tiene un calendario exacto e insobornable. Nos la hemos arreglado perfectamente para estandarizar a un extremo altamente eficaz todas las expresiones no verbales y de alguna manera hemos encontrado la justificación ética a nuestra hipocresía. Nadie es recriminado abiertamente, para ello funciona una combinación predeterminada de preguntas y flexiones de las cejas. Luego vendrán los comentarios ligeros de otra alma caritativa para “aligerar” el momento. Siempre guardaremos la compostura, nuestra dignidad de clase media con aspiraciones a intelectualismo.

Somos tan unidos que nadie penetra en nuestro pequeño mundo de verdades ocultas. Nadie nos conoce tanto como nosotros, nadie sabe de nuestra preocupación por nuestro bienestar. Somos, al final de cuentas, una de las organizaciones más oscuras de vida. Quisiera, al menos por un momento, ser buen intencionado y prudente. O por lo menos, no escuchar las buenas costumbres.

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