jueves, 19 de febrero de 2009

95 tesis de Ejidos de Huipulco


Refiero a un viejo olvidado del chef. Alguna vez el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de cierto estado de esta república mexicana ofreció una cátedra a Jaime Sabines. Sí, el poeta de la pierna podrida y el controvertido legislador priista por el estado de Chiapas. El mismo cuestionable personaje contestó: no puedo enseñar en una escuela que educa robots. Los último ocho años de mi vida he estudiado en la misma casa de estudios, sobreviviendo un sistema que ahoga las ideas y premia a todo aquel que sepa presionar el botón, sin preguntar demasiado. Las preguntas son una pérdida de tiempo, son la razón que hacen que las cosas no estén de acuerdo al tiempo burócrata, al calendario delineado de la actividad autómata.

Como hijo pródigo y prodigio me ha tocado trabajar en todo tipo de proyectos de cualquier envergadura. He concluido siempre lo mismo: los tecnólogos tienen demasiado miedo a equivocarse. Tras una fácil máscara de promotores inmaculados de la cultura emprendedora, se esconde la cara del miedo y la pronta salida, de un pavor por equivocarse. Son infinitos soldados más preocupados por tener a tiempo el trabajo que tenerlo bien hecho: la innovación no cabe.

Es cierto que toda sociedad tiene el dios que se merece. De la misma manera que creamos a dios a nuestra imagen y semejanza, también creamos todas las super estructuras de nuestro desarrollo e identificación comunitaria. Nuestros gobiernos, nuestras insituciones culturales y, especialmente, nuestras casas de estudios. Este país, tan olvidado por dios y tan cerca de los Estados Unidos, no le ha quedado más que asumirse e imaginarse como un país de mano de obra bien capacitada y a bajo precio, un país de maquiladoras que le sirvan al complejo engranaje globalizado de producción (somos los cachorros del imperio). Los tecnólogos se han creado a sí mismos como expresión más terminada de una casa de estudios para un país de visiones limitadas y mentes atrofiadas. Somos tecnólogos porque hemos aprendido qué pieza de la maquinaria movemos, hemos entendido que nuestro trabajo consiste en aprender el procedimiento descrito en el manual y aplicarlo a la perfección. No somos pensadores, no generamos ni estaremos interesados en inventar. Nos hemos reunido en torno a este juramento sagrado de ideales y hemos creado nuestro dios más grande: el Tecnológico de Monterrey. Esta hoguera del principio de los tiempos es nuestro testigo más fiel.

Somos el super-hombre acabado de este pueblo tenocha tan desgraciado: nos escondemos cuando hace falta. No nos interesa la pregunta, solo la respuesta. Sabemos, porque de eso se trata de verdad nuestra humildad, que nuestra capacidad no nos permite el lujo de pensar si las líneas son posibles de otra manera diferente a la recta. Ponemos los puntos sobre las i porque es la única manera que sabemos que funciona. Cuando este país que tanto nos ha dado se vaya a crisis, pregunten a nuestro sagrado Tlatoani Zambrano: huyan. Escondan la cabeza, recuerden a nuestros padres fundadores: vuélvanse a ustedes mismos y escondan la cabeza. El país no necesita más de ustedes, los necesitará en la reconstrucción. Cuando no haya piedra sobre piedra, los necesitará para que se aprovechen de todas las oportunidades que esta tierra tan generosa les dará.

Los últimos ocho años de mi vida he comprendido y repetido mil veces a Sabines. He sobrevivido (no vivido) y jugado este juego de la educación hecha a la medida de este suelo. Lo he encontrado en todos los ámbitos. La arquitectura del Campus Ciudad de México lo dice todo: en la traza de la espiral de perfección todos los edificios ven hacia el centro imaginario del conjunto, la espalda es reservada solamente para el mundo exterior, es la cara que tenemos para el resto de la sociedad. Adentro es nuestra burbuja, nuestro espacio vital para respirar y entendernos nosotros mismos. Ciudad: admírame, entiéndeme como un estadio demasiado terminado y perfecto de tu ideal.

Al final de cuentas, el hombre sin memoria histórica tenía razón. Sabines tenía razón.

you've done a man's job sir... i guess you are through... huh? | finished | it's too bad she won't live... but then again... who does...?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Interesante análisis que realizas sobre la arquitectura del campus. Siempre me pareció curioso que justo en el centro existía el cenote que siempre he escuchado que coloquialmente, al menos, se le llama sagrado. Precisamente me remite a la idea de poseedores de todo el conocimiento sagrado... con la total ironìa de ser agua tratada, en el mejor de los casos-sino es que negra- la que contiene.

Es la tendencìa hacia lo conocido hacia la semejanza... recordemos que dicha Instituciòn vive el sueño de la utop+ia capitalista como uno de sus màximos exponentes.

Saludos