sábado, 25 de abril de 2009

Asintomática

La ciudad de México amaneció hoy convulsa, decepcionada, asintomática para unos, en una calma inusitada y con la certeza de estar viviendo el paraíso de todo estudiante. Las escuelas, en este país tan devoto a la virgencita de Guadalupe y a los deberes escolares que no son otro cosa que el progreso, amanecieron cerradas “por orden presidencial” y una presumida epidemia de “Influenza” (en letras rojas). La mayoría de las amas de casa, muchas de ellas coincidentes con el grupo poblacional denominado “de las carnes”, encontrándose irremediablemente expuestas a las vorágine de las crías bastardas que tienen por hijos, decidieron escapar a cualquier lugar que las librara de algún momento a solas con ellos: hicieron su parte en el proceso de diseminación de virus.

Este país comparte la misma devoción por la virgencita que por el progreso encarnado en los lentes de fondo de botella de la obesa profesora de primaria. Devotamente se acude a los honores a los lábaros patrios, igual que a esos festivales que no son otra cosa que una ofensa extrema a las posibilidades de la convivencia humana. Es un sueño compartido por casi cualquier mexicano: el día en que el vomitivo retoño acuda a recibir su certificado de primaria, avalando con ello que la revolución consciente a sus fieles devotos y acaba con el analfabetismo que tanto nos separaba de este México moderno (sic). Llamo la atención en esta dogmática confianza en la educación, además de que me divierte demasiado, por la razón que todos hemos conocido el día de hoy: la epidemia de influenza porcina ha obligado a suspender actividades de nuestros retoños. La última vez que esta convulsa ciudad se encontró sin clases (y, por ende, negándose al progreso) fue durante la devastación del terremoto del 85. Hay motivos de alarma.

Si el terremoto del 85 fue la pesadilla encarnada de cualquier arquitecto e ingeniero civil, estos días lo es de cualquier médico. El estado, fallido hasta donde lo podemos observar, ha declarado que tiene toda la cantidad necesaria de Antivirales y vacunas para combatir la crisis. Lo que se dice en los ámbitos de salud pública es que no hay antivirales ni vacunas, las farmacias se encuentran vacías y el abastecimiento se torna incierto. No hay, lo que es aún más grave, ni siquiera las suficientes vacunas para proteger a los médicos y personal de apoyo que han sido contagiados con la nueva cepa del virus. Oficialmente se habla de una cifra de 68 muertos, 8 de ellos acaecidos el día de hoy. Los médicos que trabajan en las clínicas de salud hablan de cifras mayores y establecimientos completos en cuarentena. El estado es incapaz de proveer a la población de la medicina y la atención necesarias en caso de un contagio mayor. Peor aún, uno de los científicos más renombrados en el ámbito de la microbiología, el Dr. Francis Plummer, ha confirmado que ésta es una nueva cepa del virus, completamente nueva en todos los sentidos. La vacuna para la influenza que se conoce no servirá de absolutamente nada.

En esta charrería llamada Ciudad de México (tan estancada en ese méxico posrevolucionario y “moderno) donde la respetable señorita obesa de lentes de botella es experta en piezas musicales, historia, política y cultura en general, las autoridades de salud recomiendan el uso extensivo y milagroso de un cubre-bocas para evitar el contagio. Solo en un México de hace cincuenta años se entiende que se considere ésta como una medida suficiente.

Esta charrería encuentra a sus hijos asustados, corriendo por las calles y haciendo caso omiso de cualquier peligro de contagio. La estupidez humana alcanza dimensiones inimaginables. Las señoras piadosísimas de iglesia han resuelto imponer una cadena serenísima de oración por estos “tiempos bíblicos”, expulsan los demonios que causan esta epidemia y bendicen un agua con la que, aseguran de una manera preocupantemente seria, será capaz de curar cuerpo y alma de los enfermos. Salen, en una tarde nublada y airosa, con el remedio bajo el brazo. Lo único que cargan estas santas de la humanidad es su incapacidad de entender el fatalismo de la condición humana, su fe en la que esconden una falla sistemática de su raciocinio ante la humanidad. Y el virus, claro está.

We’re nothing, and nothing will help us.

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