sábado, 23 de mayo de 2009

Selección cultura. De la mexicaneidad

De la teoría de las especies, se desprenden dos conclusiones clave para la explicación de la evolución: la selección natural y la selección sexual. Tratando de no negar nuestra existencia en esta desgraciada época de slogan, diremos que la selección natural supone que el individuo con las características más idóneas será el más capaz para sobrevivir. La selección sexual funciona de una manera similar: los individuos con los elementos sexuales más adaptados serán los que se reproducirán con mayor capacidad. El reino animal en su totalidad ha demostrado seguir la regla con una fidelidad impresionante. Miles y miles de año han dejado una optimización de las estructuras naturales que, a vista de un análisis matemático y físico, demuestra la capacidad de racionalización de las mismas. Algún día hablaremos de ello.

Estos tiempos coléricos-pandémicos nos demuestran la necesidad de una nueva conclusión: la selección cultural. Tratemos a cada grupo humano con características comunes de idioma, territorio, costumbres, cultura e idiosincracia como un organismo vivo que constantemente evoluciona y muta respondiendo a su entorno (en estos días en que entendemos mejor la realidad tan cruel de la mutación). Cualquier expresión cultural puede ser explicada desde la realidad geográfica-ambiental en la que se inserte. Los más esotéricos de estos temas, aseguran que lo más natural para una sociedad falocrática es construir sus monumentos de dimensiones cada vez más grandes. Entre más poderoso, se tiene el falo-rascacielo más grande.

Los organismos más aptos culturalmente serán los que sobrevivirán. ¿Por qué en México se mueren los pacientes y no en el resto de los países? Escribiremos libros al respecto. Ya habíamos mencionado algunas reacciones de este pueblo trágicamente tenocha respecto a la “Novel flu”. Muchos comienzan a especular con teorías de la conspiración que incluyen a Putin, Sarkozy, Merkel, Obama y Calderón las que, para darle el toque mexicano, comenzaron en una orgía. El cerebro humano sufre de un defecto: busca conexiones a eventos azarosos. De alguna manera, el mexicano ha encontrado la manera de imaginar la escena del estornudo inaugural de la realidad dantesca en el negrito ese que nos vino de la White House. OMAIGOD.

En algún momento, Adolf Loos aseguró que el desarrollo moral y estético de los individuos pasa por todas las etapas que la humanidad. A los dos años lo ve todo como un papúa, a los cuatro como un germano. A los seis, como Sócrates y a los ocho, como Voltaire. También comienza a percibir el violeta (antes, era una variante mínima del rojo). Callemos por adelantado a los novo-indigenistas. Veamos el asunto desde una perspectiva no-lineal progresiva. Digamos que es una espiral eterna en la que es difícil encontrar el principio y el final de cada etapa de la espiral. ¿Cómo es este individuo que, a falta de nombre de santo para llamarlo, le diremos “mexicaneidad”? ¿Es un Voltaire que destruye sus conceptos preconcebidos para probarlos a la luz de la razón? ¿Busca la definición universal de los problemas que se le enfrenta, creyendo silenciosamente en una verdad a priori?¿Busca la verdad a través de su experiencia física? ¿Mata sanguinariamente sin importarle impedimentos morales? Instrucciones de la encuesta: ninguna respuesta es correcta o errónea. Simplemente resulta una guía para encaminarnos.

Hagámosle un perfil. Este niño de ojos desconfiados tiende a cuestionar absolutamente todo lo que se le ponga enfrente. Con el síndrome de perro callejero, se aparta cautelosamente de todo lo que no conoce (lo que explica, sólo en parte, de su necesidad de estructuras sólidas que le aseguren una estaticidad de conceptos y condiciones). Cumple las normas y la moralidad porque no le queda de otra. Siente, y de ello tiene una supuesta y engañosa memoria colectiva, que las estructuras de poder crean las condiciones mínimas de convivencia a sus espaldas, para “chingarse al pueblo”. De esta manera el héroe reivindicador, con el mismo temblor de ese perro que tengo que se hace llamar Chihuahua, desafía e incumple las reglas cada que tiene oportunidad. No es cuestión de mearse adentro de la casa solo por mearse, es cuestión de expresar silenciosamente su inconformidad. Eso si, aquí nos toco vivir pero ni madres que tan mansitos nos van a tener. Eso sí, antes que cualquier cosa es un “chingón” incuestionable a priori que, por infortunios de una naturaleza ingrata, es menospreciado por chaparro y morenito. Una especie de papúa-pre socrático.

Nuestro papúa pre-socrático tan sufrido es capaz de generar cualquier cantidad de teorías de conspiración para entender casi todo. Es una especia de mitología de los vencidos. A pesar de lo que se pudiera creer a partir de esta heroico escepticismo, nuestro muchacho cree ferviente e incuestionablemente en la virgencita morena, ese personaje mítico a imágen y semejanza de la trágicamente divina Coatlicue. Cada 12 de diciembre se reúne para encontrarse en su momento más oscuro y profundo. Dancemos a la morenita del Tepeyac. De cierta manera, es más creíble acusar a nuestro gobierno del terrorismo de estado de más alto nivel que buscar otra explicación. Nuestros epidemiólogos, en una especie de personaje muy al estilo Speer, han contribuido con el maligno (¿Dónde estás Andrés Manuel?) para crear una epidemia para desestabilizar a Peña Nieto y Marcelo. Usted sabe, viene el 2012.

Pero conduzcamos nuestro análisis a nuestro punto de partida. ¿Está nuestro pequeño retoño apto para sobrevivir? Una sociedad orientada solamente a sobrevivir de alguna manera tiende a la decadencia. La mexicaneidad es decadente en el sentido en que se aferra irracionalmente a una falsa idea de superioridad desestimada, basada en una supuesta inteligencia y pragmatismo “a priori”, en una desconfianza obligada a todas las estructuras de poder y autoridad, a una mal entendida mente crítica que desestima absolutamente todas las formas de realización que vengan de fuera de si mismo. Pero por encima de todo, el mente mexicana tiene un mecanismo para salvarlo de la contradicción básica en su imagen mental y su realidad palpable: el hecho de que no necesita demostrar su “fregonería”, es una verdad incuestionable. Luego, se justifica un ejercicio profesional y humano mediocre.

Por otra parte, el mexicano tiende necesariamente a orientarse (casi con exclusividad) a satisfacer las necesidades más básicas. Lo demás es desestimado, considerado banal y (en casos extremos) pecaminoso. El mexicano persigue toda su vida la subsistencia basada en las necesidades fisiológicas más elementales, persigue “la chuleta”. Una sociedad desconfiada de sí misma y ciega en sus satisfacciones más elementales está condenada a aniquilarse a si misma.

Séneca preguntaba: ¿qué hace una sociedad antes de morir de hambre? La experiencia del caso mexicano nos contesta: autocompadecerse. La epidemia nos enseñó lo precaria que puede ser la realidad de nuestro sistema de salud. La lista del material donado por el extranjero asciende a equipo tan sofisticado como cubrebocas y algodón impregnado de alcohol. ¿Por qué la epidemia solo ha matado mexicanos, a pesar de encontrarse en más de una veintena de paises?-Bueno, es que allá tienen todo el equipo- Es que aquí no hay el apoyo- La mexicaneidad está destinada a perecer cuando las condiciones del ambiente tiendan a endurecerse.

Mientras tanto, en alguna clínica de atención popular no hay gel anti-bacterial porque alguna enfermera o un paciente lo robó. No hay garrafón de agua por la misma razón, y la jefatura permanece permanentemente cerrada porque la gente amenaza con entrar para robarse las vacunas.

No hay comentarios: