martes, 23 de junio de 2009

La vida sin música sería un error

Esta noche he vuelto a la musica de Friedrich Nietzsche. Aduzco al fácil intelecto clase-mediero mal nutrido al decir que me debería de sorprender no encontrar notas caóticas ni de libre interpretación. Hay estructura, armonía, ritmo... un desconsolador movimiento que nos recuerda lo patéticamente deprimente que suele ser la vida. Unos saltos enormes entre la alegría y los ataques paranoides. Las señoras de sociedad dirían en estos momentos: qué interesante.

Siento el hambre que comparto con todos los trasnochados. No dormimos porque buscamos encontrar algo más en las deshoras, algo que no se puede encontrar en los ruidos del mundo y las molestas tonalidades de la voz humana desperdiciada y enmohecida con los comentarios socarrones y las pláticas ligeras de banalidad. Algo que solamente puede existir cuando nadie, absolutamente nadie, está observando por detrás de la rendija que deja la puerta medio abierta: nuestro vínculo más cercano con una sociedad uterina que encuentra cualquier oportunidad para intrometerse. Es el hambre que no puede ser llenado con carne ni con pan, la misma sensación que no curan dos onzas de catolicismo ni las moralinas mal cocidas y tristemente ensambladas del cristianismo. El sexo no es tampoco una respuesta. No hay nada que nos pueda llenar ni nada que pueda contestarnos a lo que realmente sentimos: el profundo vacío que existe en el hecho mismo de aceptar nuestra existencia.

Vuelvo al caso de la música. Mientras somos décadents hay una parte de nosotros que se queda en las estructuras construidas y avaladas socialmente. La estética funciona en patrones muy similares a la moral. La belleza solo puede ser admirable en si misma debido a que existe bajo patrones que nadie, ni dios mismo, pueden cambiar sino es el colectivo social. Entonces sabemos que existimos en niveles distintos a los que sostienen a la belleza, a la moral y a la estructura que da forma a nuestras racionalidades. Puedo imaginar y crear las imagenes más bellas y las formas más completas de éxtasis, pero eso no llena el vacío que siento.

¿Qué pasa si las estructuras más básicas que nos unen con el resto de la humanidad no son sino fallidas formas de una moral baja y frágil? ¿Qué si de verdad somos incapaces de cualquier sentimiento y de su correspondiente liga y seguridad social? ¿Qué si somos la generación y el eslabón de ruptura del contrato social? De la misma manera que los analgésicos se declaran incompetentes para solucionar, aunque sea un poco, mis migrañas, puede que las supuestas necesidades que buscamos satisfacer en comunidad no sea sino un invento para que la vida sobreviva. El individuo puede sobrevivir sin la comunidad, pero la especie no. Y todos sabemos que la única que realmente sobrevive es la vida. Hay fuerzas mucho más poderosas que nosotros actuando, moviéndose entre las líneas y luchando por emerger de las luchas eternas de poder. Hay una fuerza superior tratando de sobrevivir, alimentándose de nosotros.

Solo de esta manera se podría explicar mi jodida incapacidad de mantener una relación algo estable o de lograr que la gente se mantenga a mi alrededor. De mi maratónica capacidad de permanecer irremediablemente no-atractivo para establecer una relación humana conmigo. De otra forma, habría que sobrellevar el hecho de que, hasta en eso, estoy solo. Nietzsche tenía razón, la vida sin música sería un error.

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